Uno, que ya va cumpliendo años, a veces mira más lo que ocurre fuera de la cancha que dentro de ella. Me pasó esta semana al ver a Curry batir la marca de triples anotados. El número 2.974 trajo una explosión de júbilo para Stephen. Lo había conseguido.
A pie de pista estaban Reggie Miller y Ray Allen. Ellos dos, pioneros en su momento, habían sido dejados atrás por el extraterrestre. Cuando sucedió parecían casi más contentos que él. ¿Por qué? ¿Por qué se emocionaban al ver que otro humano venía a confirmar una vez más que era mejor que ellos en lo que para Allen y Miller había sido su vida?
Porque los años ayudan a tener otra visión del mundo y a descubrir nuevas sensaciones. Te emocionas al ver que la sociedad avanza y que se establecen nuevos límites. Disfrutas de la alegría de los demás aunque eso signifique que tu curriculum ya no es el mejor que ha habido.
(Salvo que seas Michael Jordan, claro).
A estas alturas mi hijo mayor tiene edad suficiente para apreciar de mejor modo ciertos placeres. Sé que si mañana me ofreciesen solo a mí la oportunidad de ver un partido NBA en directo me quitaría de en medio si a cambio pudiese ir mi hijo a verlo. Su disfrute sería el mío elevado a mil.
No es que Allen y Miller sintiesen lo mismo. Curry no es su hijo. Pero casi. Curry es hijo de Allen y Miller igual que Curry es o será padre del siguiente que amenace su récord. Porque la humanidad es así. Avanzar, avanzar y avanzar. Aunque no quieras. La vida empuja porque detrás de ella están las personas y las sociedades.