'Los Warriors' que el dinero no les permitió ser
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En esta entrega Enrique Bajo nos habla de la dinastía histórica que nos perdimos y por qué nos la perdimos.
Russ, Durant y Harden: 'los Warriors' que el dinero no les permitió ser
Enrique Bajo.
El traspaso que dio carpetazo a la etapa de James Harden como jugador de los Oklahoma City Thunder es, de largo, el más duramente juzgado en la corta vida de la franquicia, y considerado uno de los mayores fiascos en materia negocial en la NBA contemporánea.
Hoy, el máximo candidato a encadenar su segundo MVP, fue traspasado a Houston Rockets (junto a Cole Aldrich, Daequan Cook y Lazar Hayward) a cambio de dos elecciones de primera ronda del Draft, una elección de segunda ronda, Kevin Martin y Jeremy Lamb.
Seis millones. Tan sólo seis millones impidieron el acuerdo y quebraron la continuidad de un Big Three de Hall of Famers que podía haber pasado a la historia.
Esa fue la versión corta. Ahora, para los no os conformáis con un titular sesgado y furibundo ni abrazáis la posverdad, veremos que lo que condujo a la directiva de OKC a no ceder y optar por no renovar a Harden, fueron algo más que esos seis millones de dólares. Nos adentramos en la profunda madriguera del salary cap.
Dos playoffs (muy) prometedores
James Harden, tras ser elegido Mejor Sexto Hombre de la NBA(2011-12), exigió, a través de su agente, una ampliación de 4 años y 60 millones de dólares para continuar en el proyecto. Un proyecto que recién destapaba su tremendo potencial. Un año antes, tras terminar con el mejor récord del Oeste en fase regular (55-27), caían en Finales de Conferencia ante los Dallas Mavericks de un Dirk Nowtzki absolutamente divino. Al curso siguiente, misma rutina en regular season y esta vez, ya sí, alcanzaban sus primeras Finales de la NBA desde su rebautismo, para idéntico final: nuevamente barridos (4-1), esta vez por un Big Three que no cargaba con el pesado ancla de la juventud: el de los Miami Heat de LeBron James, Dwyane Wade Chris y Bosh.
Los Thunder ofrecieron 54, James Harden se mantuvo en sus trece (es decir, en sus sesenta), y en octubre de 2012 era traspasado a los Rockets. Desde entonces, su ex equipo, Oklahoma City, no ha vuelto a pisar unas Finales de la NBA. Él tampoco. Seis temporadas y sumando.
La campaña de su traspaso, la tercera desde que Harden ingresara en la competición, la saldó el escolta saliendo desde el banquillo con 16,8 puntos, 4,1 rebotes y 3,7 asistencias en 31,4 minutos de juego y los mejores porcentajes de su carrera hasta el día de hoy (49,1% en tiros de campo y 39% en triples).
(Dato curioso: el 46,5% de lo que Harden lanzaba por aquel entonces eran desde el arco de tres (4,7 de 10,1 FGA); siete años después, esa cifra se eleva a, por el momento, el 55,1% (13,4 de 24,3)
El impuesto ‘para pobres’
Me desvío. Salary cap, decía. En 2011, se aprobaban un par de medidas que tenían como misión castigar a aquellos equipos que, de manera sistemática, violasen el límite salarial.
Un mazazo en la línea de flotación de las franquicias afincadas en mercados pequeños y carentes del mecenazgo de algún jeque hastiado o un multimillonario con complejo de Max Largo que, como ese niño que experimenta en su primera comunión las mieles del catolicismo, borracho de 'enhorabuenas’ una hucha ahíta y sin saber bien qué hacer con ella, pide un poni por Navidad… o unos Nets en Brooklyn borough. Depende de la edad del niño.
Oklahoma City. Un mercado pequeño, un general manager astuto y un propietario, Clay Bennett, que, aunque paga Spotify Premium sin agobios, está lejos de jugar en la Liga Prokhorov.
Estas medidas, si bien fueron aprobadas en 2011 (año del lockout) no entraron en vigor hasta la temporada 2013-14. Justo cuando, de haber accedido a las pretensiones de Harden y al Big Three, las finanzas de OKC habrían estado de Fyre Festival en pleno despendole.
Vamos con algunos datos de contexto.
A) Entre la 2010-11 y la 2012-13 (lo explicamos aquí al detalle), el tope salarial se congeló en 58 millones, con una ínfima subida de 679.000 dólares para la 2013-14 (58,67).
B) La renovación de Russell Westbrook de 5 años y casi 80 millones(el máximo para una extensión rookie) no se dio hasta el curso 2012-13, es decir, fue posterior a la negociación fallida de Harden.
Fuente: Spotrac.
Es decir, un año antes de que Westbrook pasase de cobrar de 4 a 13,6 millones, y con Harden (también) aún en sus miserables 3,7 millones de escala de novato, los Thunder ya superaban en casi 4 millones el salary cap, quedándose tan solo 3,4 millones por debajo del impuesto de lujo, fijado entonces en los 65,3.
Dos temporadas después (curso 2013-14), liberados de la cuantiosa ficha de Kevin Martin pero con los contratos máximos de Kev y Russ a pleno rendimiento, en Oklahoma afrontaban una realidad salarial de 71 millones de dólares, recordemos, sufriendo la crisis de las pensiones; salary capcuasi inmóvil, estancado en los 58,7.
De haber dicho sí a James Harden (60÷4) el total se habría elevado hasta los 86 millones; casi 30 por encima del límite salarial.
Ok. Supongamos que de apostar por Harden, los Thunder, para no morir ahogados, hubiesen recortado contratos aquí y allá. Aunque si analizamos la plantilla y atendiendo a las nóminas de todo lo que no fuese el Big Two… ¿cuanto habrían logrado ahorrar?
Fuente: Spotrac.
A lo sumo los ocho millones de Perkins… y ya. Difícil, casi imposible (sin renunciar a una segunda unidad decente) reducir el gasto en diez millones… y ahí nacían los problemas. Un Cobrador del Frac del tamaño de Godzilla. Elrepeater tax, dispuesto a arrasar.
El repeater tax, en convivencia con otra cláusula también nueva, el progressive tax, venía a complementar el luxury tax en una fusión devastadora. Todos sabemos que hasta aquel entonces, cuando un equipo superaba el impuesto de lujo (que no el límite salarial), automáticamente éste debía abonar un dólar extra por cada dólar excedido. Bien, pues a ello ahora correspondía sumar (desde el curso 2013/14), en primer lugar, la tasa de progresividad, la que implicaba lo siguiente:
Superar el límite por más de una determinada cifra implicaba, ya no sólo un dólar extra, si no un incremento adicional.
En el caso de que un equipo rebasase el threshold entre (digamos) 20-25 millones, la multa ascendía a 3,75 dólares por cada dólar adicional (4,25 a partir de los 25 millones, y así en progresión…).
A continuación, para pisar sobre los escombros, entraba en juego la tasa de reincidencia: el tax repeater.
El equipo que pagase el impuesto de lujo en tres de las cuatro últimas temporadas, se enfrentaría a una nueva escala pecuniaria.
Así, nuevamente, el equipo que excediese el límite entre los 20-25 millones, pagaría 4,25 dólares por cada dólar de más.
Unos Warriors a destiempo
Hacienda somos todos, pero en OKC bastaba con tres. Y Harden, Westbrook y Durant, los tres juntitos y rodeados de morralla, habrían venido a suponer un impuesto extra de 80 millones de dólares, además de los salarios brutos de toda la plantilla.
Sablazo que se repetiría durante los tres años de contrato que Harden tendría por delante, y que expiraría en vísperas del tsunami de billetes más grande que la liga ha presenciado jamás. El descomunal contrato televisivo que elevaba, ajeno a toda prudencia, el límite salarial de los 71 a los 94 millones de dólares, y donde los Golden State Warriors (la plantilla perfecta en el momento justo) hicieron lo que el reglamento financiero de la NBA y su severidad fiscal, no permitió unos cuatro años antes a OKC.
El patrón había sido el mismo. Tres elecciones del Draft consecutivas y esplendorosas (Durant, Westbrook y Harden – Curry, Thompson y Green), un entrenador capaz de hacerlas convivir y ganar en pista, y un mosaico insoslayable de renovaciones multimillonarias que afrontar.
¿Por qué Harden y no Ibaka?
Si habéis prestado atención a la tabla de antes, no habréis pasado por alto que había un tercer jugador con su buena dosis de parné y por encima de los 8 kilos Perkins.
Éste era Serge Ibaka, ala-pívot de, por entonces, 24 años, y que dos meses antes de que unos Thunder y Harden ‘sin relator’ sucumbieran a las teorías de Bentham sin haber leído antes a John Rawls, se convirtió en la tercera gran apuesta de la pequeña franquicia: 4 años y 49,4 millones de dólares.
¿Que por qué él y no el Sexto Hombre del Año? Vamos a ello.
En parte, porque si bien Ibaka no había ganado ningún trofeo individual aquel curso, venía de quedar segundo en las votaciones del DPOY (que se lo llevaría Tyson Chandler), tras afianzarse como un buen reboteador ofensivo y promediar la barbaridad de 3,7 tapones por encuentro, además de vérsele sus primeros destellos importantes en ataque (como un interesante mid-range jump shot y nacientes movimientos al poste).
Sin duda, el hispano-congoleño, con dos titanes ofensivos como Russ y KD, era el fit más lógico en aquel momento, encajando como el contrapunto en un sistema capaz de equilibrar así la defensa y el ataque.
Scott Brooks (que no Billy Beane) no fue lo bastante visionario para percatarse de que tenía al dúo ideal en el perímetro pero con las posiciones cambiadas. Un Harden creador, un Westbrook ejecutor. Point guards, shooting guards, combo guards, kneading guards…
A ello, pasando de lo económico a lo deportivo, tocó sumar el mal sabor de boca que venía de dejar Harden en las Finales frente a Miami. El escolta había firmado la peor eliminatoria de su carrera; 12,4 puntos en 32,8 minutos, con un acierto en tiros de campo del 37% y un net rating de -2,7, llegando a acumular más pérdidas de balón que un Westbrook que jugó de media hasta diez minutos más.
Los frutos del maná
Lo que pudo ser y no fue. Lo que una NBA liberalizada en fase embrionaria (televisión, sponsors en la pechera) no permitió.
No obstante, escrutando los hechos, a OKC no le fue tan mal. Sam Presti es al Oeste lo que Ujiri en el Este; Harden no se marchó gratis.
Si bien no pudieron renovar a Kevin Martin (jugador muy infravalorado, que venía de promediar 20 puntos en Houston y con magnífico básquet off-ball, el perfil soñado para herir junto a KD y Russ) por no contar con sus derechos Bird, y tampoco supieron explotar a tiempo Jeremy Lamb, dejándolo escapar rumbo a Charlotte, si se hicieron con dos picks que se convertirían, a la postre, en Andre Roberson y Steve Adams. Dos titularísimos de la franquicia.
Los 3 Reinos
Los Thunder han pagado durante años los platos rotos de una economía conservadora. Una economía que ahora, con las bridas tensas de nuevo, ha impedido a los Rockets conservar a Trevor Ariza y que, finalmente, obligará a los Warriors a desmembrar su Big Four a no ser que Joe Lacob esté por la labor de desembolsar unos 575 millones de dólares.
¿Lo bonito de esto? Que ahora Russ en OKC, Harden en Houston y Durant en GSW (tres MVP) tan distintos en su rol como imprescindibles en sus equipos, volverán a intentarlo de aquí a un mes.
Y a los grandes (attention, herd), lo que mola es verlos con distinto escudo en la camiseta. La posverdad de Dumas. Aquí nos vale. Uno para todos y todos para uno.
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