«En 49 estados solo es baloncesto, pero esto es Indiana».
Jason tiene 45 años y vive en Indiana.
Nació en 1980, meses después de que Larry Bird y Magic Johnson disputaran el partido de baloncesto universitario más visto de la historia. Los ecos de ese choque, la pasión de Indiana por el deporte de la canasta y el círculo en el que se movió hicieron de Jason un niño con intereses por el basket.
Como no podía ser de otra forma, a través de periódicos que sus padres dejaban por la casa, ocasionales retransmisiones televisivas que le dejaban ver y conversaciones que mantenía en el colegio, Jason comenzó a sentir interés por el equipo NBA de su ciudad, Indiana Pacers.
Rápidamente se identificó con ellos. Idolatraba a algunos jugadores que utilizaban ese uniforme amarillo para los partidos locales. ¿Y ese tal Reggie Miller? Mmmmm…
Los Pacers de aquella época eran un conjunto en claro ascenso, así que durante sus años adolescentes y noventeros vibró durante cada primavera. Indiana era un conjunto aguerrido que disputó cruentas batallas en diversas ciudades del país además de en el Market Square Arena, pabellón de Indianápolis al que Jason pudo asistir en ocasiones especiales. Pero Celtics, Magic, Bulls, Knicks… Antes o después siempre había algún rival imposible que estaba liderado por mitos históricos. A manos de Bird, Shaq, Ewing o Jordan los Pacers se quedaban a medio camino durante los playoffs del Este pese a que en la segunda mitad de la década ya contaron con Larry Bird de su lado y el mejor Reggie Miller en la pista.
Cuando por fin los Pacers alcanzaron el honor de ser campeones de conferencia durante la temporada en la que estrenaron el Conseco Fieldhouse, el enemigo que se encontraron en las Finales supuso una barrera infranqueable. Jason lo sabía. No tenían armas suficientes para superar ese desafío. Los Lakers ganaron 4–2.
Nuestro protagonista ya no era un niño, pero siguió viendo a los Pacers a la vez que construía su vida. Tras el disgusto del año 2000 por culpa de Kobe y Shaq llegó la universidad, el trabajo, una boda, dos hijos y un par de abonos de temporada regular que renovaba religiosamente. Además apareció Paul George, un chaval que crecía mes a mes y que convirtió de nuevo a los Pacers en un club a tener en cuenta. Pero de nuevo un equipo comandado por uno de los mejores de siempre, LeBron James, interrumpió su camino.
A partir de ese momento llegaron años complicados. A lo largo de una década los Pacers no ganaron una sola eliminatoria pese a clasificarse hasta en cinco ocasiones para los playoffs.
Sin embargo Jason no se bajó del barco. Tenía esperanzas en una franquicia a la que nunca había visto traicionar a su afición practicando el asqueroso tanking. Desde 1990 solo una vez se quedaron por debajo de las 30 victorias; desde 1990 ningún otro equipo de la NBA tenía tan pocas temporadas de +50 derrotas (2) como los Pacers. Algo así merecía lealtad, ¿no?
En 2024 su fidelidad fue compensada. Otra primavera grande.
En 2025 directamente vive un sueño del que ya puede hacer partícipes a sus hijos.
Los Pacers han ido cargándose a rivales de un nivel muy alto pese a no contar con ventaja de campo en dos de las tres series en las que han participado. Ni Bucks, ni Cavs, ni Knicks han podido ponerles contra la pared. Apenas cuatro derrotas en dieciséis partidos, lo que les da un 75% de victorias hasta el momento. Campeones del Este con un 12–4 porque no ha habido un rival a su altura.
Así que Jason está en una nube. Ha organizado un plan especial para el primer partido de las Finales NBA, tiene entradas para el Game 3 y confía en su equipo. Pero Jason se hace una pregunta y teme encontrar una respuesta afirmativa a la misma durante los próximos días:
¿Ahora mismo hay un mejor equipo que los Pacers?
Bienvenido a las Finales NBA 2025, amigo mío. Bienvenido a la eliminatoria que nos va a dar el nombre de un nuevo campeón que incluir en el palmarés NBA, puesto que ni Indiana ni Oklahoma City han ganado nunca el título.
Los Pacers de nuestro imaginario Jason y el real Haliburton contra los Thunder de Shai y… las dudas externas.
Para referirme a Oklahoma City no utilizaré historias. Solo diré que si alguien no da como megafavoritos a los Thunder es por dos cuestiones:
El ritmo que ha puesto Indiana a los partidos es insostenible para muchos rivales
Los Thunder son muy jóvenes
La juventud de OKC es lo que está haciendo que se diga y se piense desde hace muchos meses «sí, son muy buenos, pero…». Y ya pocos peros puede haber.
Eliminaron a Minnesota por 4–1, un equipo que había endosado dos 4–1 a Lakers y Warriors. Eliminaron al equipo con el mejor jugador del mundo, Denver. Les costó, sí, pero lo hicieron. Lo de primera ronda no hace falta ni recordarlo. Ganaron 68 partidos en seis meses de temporada regular.
Mientras tanto la tónica habitual de octubre a mayo, off the record en círculos NBA, ha sido hacerlos de menos o no creérselo.
Pues que no crean y se limiten a observar lo poco que queda por jugarse. Los datos dicen que los Thunder llegan a las Finales como uno de los tres equipos de la historia con más victorias acumuladas hasta ese momento, 80. Solo los Warriors del 73–9 y los Bulls del 72–10 pueden decir «ey, hasta antes del Game 1 de las Finales hemos ganado más que vosotros».
Estamos hablando de un equipo de dimensión histórica en cuanto a resultados.
Pero como: